Definir Magical Girl es algo tan
difícil como imposible, ya que por su naturaleza pretende serlo. Te puede
gustar y dejarte atolondrado durante bastante tiempo, dándole vueltas al
misterio que se esconde tras ese retrato oscuro de cotidianeidad, o puedes
decir simplemente que es una mierda y que no entiendes como una película así ha
podido ganar la Concha de Oro del pasado
Festival de San Sebastián.
Yo soy de los primeros. Quedé
traspuesto tras el final de este cuento, tan atípico como personal, sobre la
desesperación, la soledad y la locura.
Su argumento parece sencillo, a
priori, pero es retorcido y tiene un trasfondo de crítica social jugoso/goloso.
Carlos Vermut no se corta ni con
cuchillo. Utiliza, con buen resultado, una de las técnicas que ya vimos en sus anteriores trabajos (cortos
incluidos): dividir todo el metraje en “capítulos” o “actos” consistente en
fraccionar la historia para, principalmente, presentar a sus protagonistas e ir
construyendo poco a poco un maremágnum de relaciones personales y cuentas
pendientes.
Un guion más inteligente que original, aunque no escasea en ninguna de
las dos cualidades. Da un paso más allá del que dio en su anterior largo, Diamond Flash, y se lanza a por todas, como si se tratase de su auténtica ópera prima.
Sería injusto dejar de lado la
participación de los actores en esta pequeña crítica, que se merecen un sobresaliente alto. Un diez, vamos. Desde José Sacristán a Luis
Bermejo, duelo de titanes, a las “girls” Barbara Lennie, una pasada de tía, y a Lucía Pollán, grandísimo debut.
Suena pedante decirlo, pero Magical Girl habla de todo y de nada. Una película que no deja indiferente a nadie y en la que puedes encontrar de todo; sadismo, desnudos integrales, muertes, pistolas, ramen, y a Javier Botet.
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